El primer y gran Amor del dios fue Ampelo... Era un joven
hijo de un sátiro y una ninfa.
Una versión dice que Dioniso le regaló una vid que, colgada
de un olmo, estaba cargada de uvas. Tratando de tomar un racimo, Ampelo se mató
y el dios lo envió al cielo como la estrella Vendimidador (en la constelación
de Virgo).
Pero hay otra versión mucho más bella, la da Norberto
Calasso en “Las Bodas de Cadmo y Harmonía”, tomada de Nono:
Nos cuenta que Ampelo fue un bello joven a quien amo el dios
más que a nadie. Solo con él compartía los juegos y la lucha; Dioniso, siempre
lo dejaba vencer. Ampelo aprendía del dios, a vestir y a tratar familiarmente a
las fieras. El dios le previno, “solo cuídate de los cuernos del toro”.
Dicen que Ampelo, solía tocar la flauta y lo hacia
pésimamente, pero Dioniso lo alentaba porque, en tanto Ampelo tocaba, él se
deleitaba mirándolo.
Pero la advertencia del dios le resultaba incomprensible. Un
día encontró un toro sediento entre las rocas, el animal bebió y se dirigió
hacia el joven. Ampelo, le acarició los cuernos y decidió montarlo... Desde
arriba Selene lo veía todo y, celosa, vaya a saber por qué, le envió un tábano.
El toro entonces comenzó a galopar, Ampelo ya no podía controlarlo. En la
última sacudida el joven cayó al suelo. Se escuchó el ruido del cuello al
romperse... el toro lo arrastró por un cuerno que se hundía en la carne.
Dioniso lo descubrió ensangrentado, en el polvo. Los sátiros comenzaron los
lamentos; Dioniso era un dios, no podía llorar y por ser inmortal no podía
seguir a Ampelo al Hades. Dioniso lloraba por Ampelo, esto cambiaba su
naturaleza y la naturaleza del mundo.
En ese momento, dicen, Las Horas se apresuraron a leer las
tablas de Harmonía, donde estaban tallados los acontecimientos del mundo. Las
Horas contemplaban la cuarta tabla... se veía a Ganímedes con una copa en la
mano: Ampelo sé convertiría en vid.” Aquel que había aportado el llanto al dios
que no llora aportaría también delicia al mundo. Entonces Dioniso se recuperó.”
La uva
nació del bello cuerpo de Ampelo.” Ningún otro dios, ni siquiera Atenea con su
sobrio olivo, tampoco Deméter con su pan tonificante, tenían en su poder algo
que se aproximara a aquel licor. Era lo que justamente le faltaba a la vida, lo
que la vida estaba esperando: la ebriedad.”