SIMULACROS. El efecto Pigmalión: de Ovidio
a Hitchcock. Victor I. Stoichita.
En la segunda edición de Las vidas de los
pintores, escultores y arquitectos (1568) Vasari dedica un capítulo a Jacopo
Sansovino y a su obra maestra. Vasari relata el nacimiento de una “obra
maestra” propiciando la mitificación de la obra de arte y del artista. Pero en
este relato lo más extraordinario es la descripción de como el modelo Pippo
enloquece.
La schize
La
correspondencia entre las “actitudes” y la locura recuerda la antigua relación
entre movimiento del cuerpo- movimiento del alma, en la que coinciden Filosofía
Natural y Teoría del Arte. En el Renacimiento, y particularmente desde el
tratado Della pittura de Leon Battista Alberti (1435- 1436), se creía que “los
movimientos del alma se conocen a través de los movimientos del cuerpo” (i
movimiento d’animo si conoscono dai movimenti del corpo). Dicho esto, desde la
perspectiva del modelo, la mejor vía para crear la acción sería “mimar la
pasión”. Al esforzarse en la pose, fenómeno que el valiente discípulo
experimentó en su propio ser. Hábil, pero implacablemente dirigido por Jacopo
Sansovino, la labor del modelo consistía precisamente en ir dando a su cuerpo
la apariencia propia de un “verdadero” Baco, dios del furor y del delirio
sacro. ¿Es exagerado pensar que si las sesiones le resultaron fatales, no fue
sólo por el frío invernal, o por el celo excesivo con que el modelo asumió su
tarea, sino también (y sobre todo) a causa de “otro padecer” que correspondía
precisamente al carácter específico del “movimiento del alma”.
La
schize define, por una parte, la personalidad polimórfica del dios del vino y
de la fiesta y, por otra, la profesión de actor y aquellas que le son afines,
entre las que se encuentra el oficio de modelo. Cuando la tarea de un modelo es
la de interpretar a Baco, la mezcla puede resultar explosiva, y nadie mejor que
el pupilo de Sansovino para demostrarlo. Dicho de otro modo, Pippo del Fabbro
no enloqueció por haberse afanado hasta el paroxismo en su labor de modelo,
sino sobre todo porque su tarea consistía en imitar precisamente a Baco, dios
del exceso y del arrebato.
En el “juego de rol” al que Pippo se
somete éste cambia de piel, al remodelarse en las actitudes catalépticas,
mediante los drapeados que Vasari menciona con insistencia (lenzuola o altri
panni grandi, e’ quali bagnati se gli recava adosso all’ignudo). Pero el juego
no acaba aquí, otro elemento se suma a la interpretación de sus actitudes y a
los húmedos drapeados. Éste consiste precisamente en la exageración de un
impulso fundamental, el de la intensificación de la verticalidad, que se
expresa en su ascensión a los tejados, en encaramarse a plintos, zócalos o
chimeneas, interpretados desde otra perspectiva por la “sintomatología báquica”
según se entendía en la época: “el delirio divino es el que nos eleva a cosas
superiores”. ¿Locura del modelo, máscaras intercambiables de dios de los
comediantes, o ambas a la vez?... El tránsito de aprendiz dotado – así como
Vasari lo describe-, a modelo excelente se realiza mediante un cortocircuito
fatal: en lugar de hacer estatuas, el aprendiz se vuelve estatua.