“Quisiera abrir lentamente mis venas…
Mi sangre toda vertirla a tus pies…
para poderte demostrar
que más no puedo amar
y entonces… Morir después.
Y sin embargo tus ojos azules,
¡azul que tienen el cielo y el mar!
viven cerrados para mí
sin ver que estoy así…
¡Perdido en mi soledad!
Qué breve fue tu presencia en mi hastío,
qué tibias fueron tu mano y tu voz.
Como luciérnaga llegó
tu luz y disipó
las sombras de mi rincón…
Y me quedé como un duende, temblando
sin el azul de tus ojos de mar,
que se han cerrado para mí
sin ver que estoy así…
¡Perdido en mi soledad!”
— José Maria Contursi, Sombras nada más (1943)