Himne òrfic a Dionysus. Oli sobre fusta. 120x 80. Sémele. juliol del 2013.
Jo dic, Déu fort ets i
diví, flòrid i gai, de pell brillant, d’ulls foscos , temptador de cos, furiós
inspirador, portador boig de l’èxtasi, inefable, rural, amb heura coronat, portador
de la vinya, immortal, escolta la meva veu suplicant; escolta el meu plany místic, envolta’m amb el teu
ball per a gaudir de l’orgia salvatge i
nocturna. Vinga, desperta l'alegria sagrada de la teva joventut perpetua, balla
enèrgicament, saltant amb la lleugeresa
dels peus, per l’arbreda fes-me teu amb el deliri de la carn, de la
sang, dels himnes.
El credo órfico propone una innovadora interpretación del ser humano, como compuesto de un cuerpo y un alma, un alma indestructible que sobrevive y recibe premios o castigos más allá de la muerte. El cuerpo es un mero vestido, un habitáculo temporal para el alma, que en la muerte se desprende de esa envoltura terrenal y va al más allá hasta lograr su purificación definitiva y reintegrarse en el ámbito divino.
Para expresar su credo, los órficos recurren a una mitología de temas muy definidos. El mito dionisíaco tiene una significación muy especial y importante pues explica el carácter transitorio de la vida humana. Para los órficos el alma debe purgar un crimen titánico. Según este mito, los antiguos Titanes, bestiales y soberbios, mataron al pequeño Dioniso, hijo de Zeus y Perséfone, atrayendo al niño con brillantes juguetes a una trampa. Lo mataron, lo descuartizaron, lo cocieron y lo devoraron. Zeus los castigó fulminándolos con su rayo (sólo el corazón del dios quedó a salvo, y de él resucitó entero de nuevo el hijo de Zeus). De la mezcla de las cenizas de los abrasados Titanes y la tierra surgieron luego los seres humanos, que albergan en su interior un componente titánico y otro dionísiaco. Nacen, pues, cargados con la bestialidad de los Titanes y la culpa por la muerte del pequeño Dios y la inocencia divina del niño Dionysus, deberan purificarse por ello en esta vida, de modo que, al final de la existencia, el alma, liberada del cuerpo, pueda reintegrarse al mundo divino del que procede.
El credo órfico propone una innovadora interpretación del ser humano, como compuesto de un cuerpo y un alma, un alma indestructible que sobrevive y recibe premios o castigos más allá de la muerte. El cuerpo es un mero vestido, un habitáculo temporal para el alma, que en la muerte se desprende de esa envoltura terrenal y va al más allá hasta lograr su purificación definitiva y reintegrarse en el ámbito divino.
Para expresar su credo, los órficos recurren a una mitología de temas muy definidos. El mito dionisíaco tiene una significación muy especial y importante pues explica el carácter transitorio de la vida humana. Para los órficos el alma debe purgar un crimen titánico. Según este mito, los antiguos Titanes, bestiales y soberbios, mataron al pequeño Dioniso, hijo de Zeus y Perséfone, atrayendo al niño con brillantes juguetes a una trampa. Lo mataron, lo descuartizaron, lo cocieron y lo devoraron. Zeus los castigó fulminándolos con su rayo (sólo el corazón del dios quedó a salvo, y de él resucitó entero de nuevo el hijo de Zeus). De la mezcla de las cenizas de los abrasados Titanes y la tierra surgieron luego los seres humanos, que albergan en su interior un componente titánico y otro dionísiaco. Nacen, pues, cargados con la bestialidad de los Titanes y la culpa por la muerte del pequeño Dios y la inocencia divina del niño Dionysus, deberan purificarse por ello en esta vida, de modo que, al final de la existencia, el alma, liberada del cuerpo, pueda reintegrarse al mundo divino del que procede.